Antes de que El Camino a la Felicidad llegara a Zambia, una empobrecida nación africana, la gente había perdido la voluntad de trabajar juntos por un propósito común. Estaban centrados en su propia supervivencia individual y no estaban buscando soluciones para la pobreza generalizada y el hambre que diariamente amenazaba su supervivencia. Es fácil ver el porqué. La expectativa de vida en Zambia es solo de 62 años, y una historia de hambre, enfermedad y la falta de educación ha significado que la atención a los códigos morales ha tenido que esperar.
Después de que El Camino a la Felicidad fuera presentado, miles de zambianos y sus familias han comenzado a vivir de manera más ética, productiva y responsable.
Se lo deben al padre Teddy Sichinga, un pastor anglicano que usa El Camino a la Felicidad para mejorar las vidas de los empobrecidos zambianos, una persona, una aldea, una parroquia a la vez. “Los materiales de El Camino a la Felicidad son muy útiles para las familias en mis parroquias”, explicó el padre Sichinga. “Están escritos de una manera sencilla que es fácil de comprender. Empecé a usar estos materiales porque son muy valiosos para la vida diaria. Tenemos aquí mucha necesidad humana y estas herramientas abordan esa necesidad de tal manera que las personas puedan elevarse a sí mismas”.
Enseñar y ayudar a otros es una reacción instintiva del padre Sichinga. Obtuvo el título de maestro antes de decidir ser sacerdote, y combina sus aptitudes académicas y espirituales cuando lleva El Camino a la Felicidad a sus congregaciones. Su éxito fue observado por los líderes de la Iglesia anglicana quienes lo nombraron Capellán Diocesano de Educación. En este papel de confianza, educa a otros en los preceptos de El Camino a la Felicidad y les da consejos a colegas predicadores sobre cómo incorporarlos a sus sermones. También proporciona guía sobre cómo establecer grupos locales.