Desde su inicio, la IAS ha estado tras las victorias históricas que han asegurado la libertad para todas las religiones. El año 2016 no fue una excepción.
Durante las últimas décadas del siglo XX, después de que el nazismo y el fascismo fueran eliminados de la faz de Europa y los derechos humanos se convirtieran en un lema en las democracias occidentales tras la Segunda Guerra Mundial, la búsqueda del hombre para conectar con lo espiritual adquirió formas diversas. La libertad religiosa irrumpió. Y con ella, la intolerancia religiosa.
La Iglesia de Scientology en 2016 logró una gran victoria en esa guerra de libertad espiritual contra la esclavitud. El campo de batalla fue Bruselas, Bélgica, pero las repercusiones de una decisión legal impactan a toda Europa.
Hace más de 20 años, grupos hostiles a la espiritualidad iniciaron una campaña para prohibir las “nuevas” religiones. Como Bélgica es de hecho capital de la Unión Europea, se convirtió en un punto de partida para un plan para barrer a decenas de grupos religiosos de Europa.
Se publicó propaganda de masacre colectiva, incitada por brigadas de odio de Alemania y Francia, en un informe de 670 páginas que demonizaba a los cuáqueros, a los pentecostales, a los mormones, al jasidismo, a los testigos de Jehová, a los budistas y a los scientologists, además de otros 182 grupos religiosos.
En 1997, las autoridades belgas iniciaron investigaciones secretas sobre Scientology. Se cambiaron leyes para poder presentar cargos criminales contra grupos, no solo individuos. A primeros de septiembre de 1999, la policía belga hizo una redada en las oficinas de Scientology, tres veces. Los investigadores de la prensa filtraron pedacitos de información de lo más escabrosos, aunque fueran decididamente falsos.
En 2007, se presentaron cargos, pero los presuntos “crímenes” tenían mucho menos que ver con las actuaciones reales que con las enseñanzas y las creencias de Scientology. Esto era el “crimen del pensamiento” orwelliano en acción.
Cuando se inició el juicio en octubre de 2015 en el Tribunal de Primera Instancia de Bruselas, el gobierno belga había empleado 18 años y había gastado mucho del tesoro público persiguiendo a los scientologists.
Irónicamente, mientras las autoridades belgas estaban obsesionadas con Scientology, no se percataron de la aparición de una célula terrorista en Bruselas. Esa célula fue clave en los ataques terroristas del 13 de noviembre de 2015 en París, que se cobraron 130 vidas.
El 11 de marzo de 2016, la libertad prevaleció en Bruselas. Un veredicto de 173 páginas desestimó el caso en su totalidad. El tribunal le dio una reprimenda a la fiscalía por “falta de pruebas” y calificó el caso como “deficiente” e “incoherente”.
El presidente del tribunal declaró que los acusados no habían sido procesados por ningún crimen, sino “principalmente porque eran scientologists”. Concluyó: “Todo el procedimiento judicial se declara inadmisible por una grave e irremediable violación del derecho a un juicio justo”.
La intolerancia perdió, la libertad religiosa prevaleció con una victoria que resuena en todo el continente.